viernes, 30 de abril de 2010

Ha muerto el cardenal Mayer, primer presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei



Esta mañana, en Roma, ha muerto el cardenal benedictino Paul Augustin Mayer (foto), decano en edad del Sacro Colegio y que el próximo 23 de mayo iba a cumplir 99 años. Después del cardenal Alfons Maria Stickler (1910-2007), era el purpurado que más hizo por la causa de la liturgia romana clásica en los años más difíciles previos al motu proprio Summorum Pontificum, habiendo sido el primer presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, cargo desde el que trabajó con sincero empeño y espíritu de comprensión y apertura hacia los fieles vinculados a dicha liturgia. El cardenal Mayer era un buen amigo de la Federación Internacional UNA VOCE, que siempre se sintió apoyada y animada por él.

Hijo de un alto oficial del ejército, nació el 23 de mayo de 1911 en Alttöting (diócersis de Passau), en el entonces reino de Baviera. Esta localidad es el centro de la devoción mariana del pueblo bávaro, ya que en ella está situada la Gnadenkapelle o Capilla de la imagen milagrosa de la Virgen Negra, una de las más importantes metas alemanas de peregrinación. El actual papa Benedicto XVI solía acudir allí para venerar a Nuestra Señora durante sus años mozos. No es de extrañar, pues, que Paul Mayer fuera un gran devoto de la Madre de Dios.

Ingresó muy joven en la Orden Benedictina, siendo admitido en la abadía de Sankt Michaels de Metten (diócesis de Ratisbona), donde profesó el 17 de mayo de 1931, tomando el nombre de Augustin, que añadió al de bautizo. Realizó sus estudios en la Facultad Teológica de Salzburgo, concluyéndolos en Roma, en el Pontificio Ateneo de San Anselmo (Anselmianum), anejo a la abadía y basílica del mismo nombre sobre el monte Aventino. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1935. Entre 1937 y 1939 fue docente en su abadía de Metten. En 1939 regresó a Roma como profesor en el Anselmianum, donde enseñó hasta 1966, siendo nombrado rector magnífico desde 1949. Entre 1957 y 1959 simultaneó su actividad académica con el cargo de visitador apostólico de los seminarios de Suiza, nombrado por el venerable Pío XII y ratificado por el beato Juan XXIII. Entre 1960 y 1962 participó activamente como secretario en la Comisión Preparatoria del Concilio Vaticano II. Más tarde sería secretario de las comisiones conciliar y postconciliar para las escuelas católicas y la formación sacerdotal.

En 1966 fue elegido abad de Sankt Michael de Metten. Recibió la bendición abacial del gran obispo de Ratisbona, Mons. Rudolf Graber (el cual fue uno de los primeros prelados en denunciar la crisis postconciliar). Fue, además, presidente de la Conferencia Abacial de Salzburgo en 1970-1971. El 8 de septiembre de 1971, el siervo de Dios Pablo VI lo nombró secretario de la Sagrada Congregación para Religiosos e Institutos Seculares, cargo que implicaba la consagración episcopal, la cual recibió el 13 de enero del año siguiente, en la Basílica de San Pedro, de manos del propio Papa, quien lo había preconizado arzobispo titular de Satrianum (provincia del Salernitano). Fueron co-consagrantes de Mons. Mayer los cardenales Bernardus Johannes Alfrink (1900-1987), arzobispo de Utrecht y primado de los Países Bajos, y William Conway (1913-1977), arzobispo de Armagh y primado de Irlanda.

El 8 de abril de 1984, el venerable Juan Pablo II lo designó como pro-prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Sagrada Congregación para los Sacramentos. En este desempeño fue uno de los artífices del famoso “indulto de las dos Teresas” contenido en la Carta circular de la Sagrada Congregación para el Culto Divino Quattuor abhinc annos del 3 de octubre de 1984, por el cual se concedía a los obispos la facultad de permitir la celebración de la misa en el rito romano tradicional según el Misal Romano de 1962, aunque con grandes restricciones. La carta lleva justamente la firma de Mons. Mayer como pro-prefecto y de Mons. Virgilio Noè en calidad de secretario de dicha congregación. Hay que decir que en aquella época de dura proscripción de facto de la liturgia romana clásica, esta carta fue un indudable avance a pesar de sus limitaciones. Recordemos que la influencia del bugninismo era poderosísima por entonces (de hecho, la encuesta Knox de 1980 sobre la misa tradicional pretendió minimizar la cuestión y presentar a los adherentes a la liturgia clásica como un número exiguo de nostálgicos: “no es un problema de toda la Iglesia”). Mérito fue de Mons. Mayer lograr esta primera aunque tímida apertura.

El venerable Juan Pablo II lo creó cardenal diácono de San Anselmo en el Aventino (su alma máter) en el consistorio del 25 de mayo de 1985. Este año, pues, dentro de pocas semanas, habría sido su jubileo argénteo cardenalicio. El 27 de mayo del mismo año fue nombrado prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Sagrada Congregación para los Sacramentos. Ambas fueron reunidas el 28 de junio de 1988, en virtud de la constitución apostólica Pastor Bonus, en un solo dicasterio: la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. De ésta fue Mayer cardenal prefecto tan sólo tres días, pues renunció el 1º de julio para hacerse cargo, al día siguiente, de la apenas creada Pontificia Comisión Ecclesia Dei, respuesta del papa Wojtyla a la crisis suscitada con motivo de las consagraciones episcopales sin mandato apostólico llevadas a cabo por Mons. Marcel Lefebvre en Ecône el 30 de junio.

El mandato del cardenal Mayer al frente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei duró exactamente tres años, desde el 2 de julio de 1988 hasta el 1º de julio de 1991. Fue relativamente breve, pero durante él, entre otros logros, se erigió la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro como instituto de derecho pontificio y el Monasterio del Barroux como abadía. Fue precisamente el cardenal presidente quien confirió la bendición abacial a Dom Gérard Calvet, primer abad de Santa María Magdalena. En el campo de la liberalización de la liturgia romana clásica, el cardenal Mayer marcó hitos decisivos. Ya en 1986 había formado parte de la famosa comisión cardenalicia ad hoc reunida por el venerable Juan Pablo II para asesorarlo sobre este asunto y que dio un dictamen favorable (que sería recogido sólo en 2007 por Benedicto XVI en su motu proprio Summorum Pontificum). En una carta a la sociedad australiana Ecclesia Dei, el cardenal declaraba que ciertamente nadie tiene derecho a gozar de un privilegio (refiriéndose a los indultos de 1984 y 1988), pero una vez concedido dicho privilegio los beneficiarios tienen derecho a gozar de él. Su marcha de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei significó un radical cambio de rumbo de ésta bajo las sucesivas presidencias de los cardenales Antonio Innocenti (1991-1995) y Angelo Felici (1995-2000). Durante un decenio este dicasterio se mantendría al margen de las expectativas de los fieles por cuyos intereses debía velar, hasta el nombramiento del cardenal Darío Castrillón Hoyos, que tanto haría en lo sucesivo por la liberalización de la liturgia romana clásica y por promover nuevos institutos dedicados a ella.

El 29 de enero de 1996, optó por el orden cardenalicio de los presbíteros al ser elevada su diaconía de San Anselmo en el Aventino a título pro hac vice. Su vida una vez jubilado por edad fue de estudio y retiro, como buen benedictino que era. Desde él apoyaba a la Federación Internacional UNA VOCE. Una de sus últimas apariciones en público fue en 1998 para presidir unas vísperas pontificales en rito tradicional en la iglesia romana de Santo Spirito in Sassia con motivo de la celebración del X aniversario del motu proprio Ecclesia Dei adflicta. Quienes tuvimos el privilegio de verlo recordamos su diáfana, ascética y estilizada figura, que recordaba mucho la del gran Pío XII. De salud delicada en sus últimos años, ya no salía de su domicilio cerca de la Via della Conciliazione. En él recibía amablemente a sus esporádicos y ocasionales visitantes, que le recordaban con gratitud por todo lo que hizo por la causa de la misa. En noviembre del año pasado, Leo Darroch, presidente de la FIUV, en el curso de la XIX Asamblea Estatutaria, pudo aún acudir a cumplimentarlo y expresarle el reconocimiento de la Federación por su amistad constante y sincera. El cardenal agradeció mucho el gesto, ya que, como alguna vez admitió, la soledad de los ancianos príncipes de la Iglesia es muy grande.

Paul Augustin Mayer se ha extinguido hoy como una candela que en su día dio mucha luz a su alrededor. Sus restos mortales son velados en la Basílica de San Pedro, cerca de la cátedra a la que siempre fue fidelísimo. Sus exequias tendrán lugar el próximo lunes 3 de mayo, presididas por el cardenal Angelo Sodano, anterior secretario de Estado de Su Santidad. El Servicio Vaticano de Informaciones añade que el Papa en persona pronunciará la oración fúnebre y el responso final. Un gran bávaro que despide a otro gran bávaro… Que la Virgen Negra de Alttöting haya acogido el alma de este siervo fiel y el Señor, en su Misericordia, lo recompense con la vida eterna. Eminencia: ¡hasta la eternidad! Descanse en paz.

R.I.P.

martes, 27 de abril de 2010

¿Cambiará el obispado de Girona su postura de resistencia al motu proprio?



El coetus fidelium (grupo de fieles) Una Voce Girona acaba de hacer público en su sitio virtual un comunicado en el que informan que, habiendo denegado el obispo de Girona a su presidente la posibilidad de la celebración regular de la misa romana clásica en su circunscripción, en aplicación del motu proprio Summorum Pontificum, se ha optado por asistir a la que tiene lugar en una parroquia de la vecina diócesis franco-catalana de Perpiñán-Elna. He aquí el texto en el catalán original y en nuestra traducción castellana:


Comunicat sobre l’assistència
a la Santa Missa tradicional


La junta directiva del cœtus fidelium «Una Voce Girona» comunica:

Que el passat 16 de desembre de 2009 el president del cœtus fidelium es reuní amb l’Excm. i Rvdm. Mons. Francesc Pardo, Bisbe de Girona a fi de demanar oficialment el vist-i-plau per celebrar regularment la Santa Missa en la forma extraordinària del Ritu Romà.

Que la nostra demanda fou denegada, malgrat complir amb totes les condicions establertes pel motu proprio «Summorum Pontificum».

Que, davant aquesta situació, en la reunió de la junta directiva del 19 de desembre de 2009 es decidí d’acollir-se a l’oferiment d’assistir a la Santa Missa tradicional dominical que se celebra a la Capellania de la Sanch, parròquia de Sant Jaume de Perpinyà, diòcesi d’Elna-Perpinyà.

Que durant els darrers quatre mesos diversos membres del cœtus fidelium i alguns altres fidels gironins interessats en la litúrgia tradicional han assistit a les funcions religioses a la parròquia de Sant Jaume, legítimament autoritzades per l’Excm. i Rvdm. Mons. André Marceau, Bisbe d’Elna-Perpinyà, de la mateixa manera que ho feren els seus antecessors, Mons. Fort i Mons. Chabbert.

Que, davant l’èxit d’aquesta iniciativa, el cœtus fidelium «Una Voce Girona» l’obre a tots aquells fidels gironins que desitgin d’assistir a la Santa Missa tradicional a la parròquia de Sant Jaume de Perpinyà. Les persones interessades poden escriure a unavocegirona@gmail.com.


La junta directiva del cœtus fidelium «Una Voce Girona»



Comunicado sobre la asistencia
a la Santa Misa tradicional


La junta directiva del cœtus fidelium «Una Voce Girona» comunica:

Que el pasado 16 de diciembre de 2009, el presidente del cœtus fidelium se reunió con el Excmo. y Revmo. Mons. Francesc Pardo, obispo de Gerona a fin de pedir oficialmente su visto bueno para celebrar regularmente la Santa Misa en la forma extraordinario del Rito Romano.

Que nuestra petición fue denegada, a pesar de cumplir con todas las condiciones establecidas por el motu proprio Summorum Pontificum.

Que, ante esta situación, en la reunión de la junta directiva del 19 de diciembre de 2009, se decidió acogerse al ofrecimiento de asistir a la Santa Misa tradicional dominical que se celebra en la Capellanía de la Sanch, parroquia de Sant Jaume de Perpiñan, diócesis de Elna-Perpiñán.

Que durante els los últimos cuatro meses, varios miembros del cœtus fidelium y algunos otros fieles gerundenses interesados por la liturgia tradicional han asistido a las funciones religiosas que tienen lugar en la mencionada parroquia de Sant Jaume, legítimamente autorizadas por el Excmo. y Revmo. Mons. André Marceau, obispo de Elna-Perpiñán, de la misma manera que lo fueron por sus predecesores Mons. Fort y Mons. Chabbert.

Que, ante el éxito de esta solución, el cœtus fidelium «Una Voce Girona» la pone a disposición de todos aquellos fieles gerundenses que deseen asistir a la Santa Misa tradicional en la parroquia de Sant Jaume de Perpiñán. Las personas interesadas pueden escribir a unavocegirona@gmail.com.

La junta directiva del cœtus fidelium «Una Voce Girona»


Nuetro comentario


1. En primer lugar, esperamos que nuestros hermanos de Una Voce Girona no hayan cometido un error muy difundido entre los fieles (el mismo que cometieron en su día nuestros hermanos de Una voce Málaga): dirigirse directamente a su Ordinario para acogerse al motu proprio Summorum Pontificum en lugar de seguir el trámite indicado por el mismo documento papal (art. 7): primero, acudir al párroco o rector de iglesia; segundo, en caso de negativa o inhibición de éste, recurrir al obispo (al que “se recomienda vivamente satisfacer” los deseos de los fieles); tercero, en fin, si el obispo “no puede proveer a esta celebración”, remitir el caso a la Pontifica Comisión Ecclesia Dei. Hay que agotar los pasos previos antes de dar los siguientes. De otro modo, se corre el riesgo de que el obispo arguya que él no ha denegado nada porque no tiene nada que denegar al no constarle que se haya hecho petición alguna a los párrocos y que éstos se hayan rehusado a acogerla.

2. Se comprende, sin embargo, que ningún párroco o rector de iglesia quiera malquistarse con obispos que no manifiestan ninguna simpatía por la liturgia romana clásica ni por el motu proprio papal que la liberaliza. Por desgracia, fue Girona, precisamente, la primera diócesis en Cataluña, en España y en el mundo, cuyo prelado (por entonces Mons. Carles Soler Perdigó, hoy emérito) afirmó públicamente, a las pocas horas de promulgado Summorum Pontificum, que este documento no sería de aplicación en su jurisdicción, con lo cual sentaba una triste primacía de resistencia a un deseo y disposición del Romano Pontífice. Con tan meridiana declaración de intenciones de su superior jerárquico (del que dependen para todo), era hasta cierto punto natural que los sacerdotes gerundenses con cura de almas prefirieran mantenerse al margen de toda iniciativa a favor del cumplimiento del motu proprio, que podría haberles acarreado consecuencias perjudiciales. Bajo el pontificado Soler se explicaba, pero ¿con Monseñor Pardo?

3. La presunta actitud del nuevo obispo de Girona, Mons. Francesc Pardo Artigas -sorprendente en un prelado más bien con fama de comprensivo- podría quizás entenderse (aunque no justificarse). Comoquiera que detrás de la escandalosa actitud de Mons. Soler se hallaba también el influjo del establishment litúrgico bugniniano, no sería de extrañar que Mons. Pardo, tal vez mediatizado por ese mismo establishment, prefiera dejar las cosas como están, a costa de marginar a un sector de sus fieles, negándose a dar curso a sus aspiraciones (las que el venerable Juan Pablo II calificó de “legítimas”). Pero esto no sería actuar en comunión con el Papa ni en beneficio de las almas. Un obispo debe saber ser pastor y cumplir con su deber sin ningún estorbo (que para eso es el que preside la iglesia particular que le está confiada). Claro que siempre queda la triste posibilidad de que el actual ordinario gerundense haya obrado en el asunto que nos ocupa sin cortapisas, en la misma deplorable línea de personal oposición al motu proprio de Benedicto XVI de su predecesor (aunque sinceramente esperamos que no sea el caso).

4. La hospitalidad de la parroquia de Sant Jaume de Perpiñán, siendo que es encomiable y digna de todo reconocimiento, no es una solución. Los fieles tienen derecho a que su vida espiritual se desarrolle en sus propias parroquias y diócesis, y sus prelados y sacerdotes tienen el deber de ofrecerles los medios para ello. El motu proprio Summorum Pontificum propone los medios por lo que se refiere a los fieles vinculados a la liturgia romana clásica o tradicional. No hay, pues, otra cosa sino ponerlos por obra en espíritu de esa reconciliación interna de la Iglesia que invoca el Santo Padre Benedicto XVI y que tan necesaria es al cabo de demasiados años de una controversia que nunca habría debido tener lugar, ya que, como el mismo Papa afirma, el Misal del beato Juan XXIII, publicado en 1962, “nunca fue abrogado y permaneció, en principio, siempre en vigor” (Carta a los Obispos que acompaña el motu proprio Summorum Pontificum). El coetus fidelium Una Voce Girona no debería, pues, darse por vencido contentándose con un apaño injusto e incómodo (como es el de tener que desplazarse a otra diócesis cuando en la suya debería poder encontrar lo mismo que en aquélla). Sería conveniente que se siguiera exactamente el trámite indicado en el motu proprio y recurrir a Roma.

5. Se pondría una vez más de manifiesto la lamentable situación litúrgica de España y, especialmente, de Cataluña, donde las sanas tendencias de “reforma de la reforma” que llegan de Roma se dejan escasamente sentir. La recepción del motu proprio del 7 de julio de 2007 no está siendo todo lo normal que cabría esperar de un episcopado que se supone está en comunión con el Vicario de Cristo y que, en otros aspectos, hace de ello gala. No ha ayudado ciertamente, el que desde la página virtual del Secretariado Episcopal de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española apareciera hasta hace poco (cuando fue felizmente retirado, gracias a una campaña de la asociación hermana Una Voce Málaga) un artículo en escasa sintonía con el documento papal, como si fuera la línea (claramente disuasoria) de pensamiento oficial de nuestros obispos en el tema de la liturgia romana clásica. Afortunadamente, los grupos de fieles al abrigo del motu proprio, se van multiplicando en la Península y, tarde o temprano, los ordinarios de lugar tendrán que tomar debida nota y rendirse a la evidencia de que es mejor seguir el ejemplo extraordinario de comprensión y solicitud pastoral que les está dando el Papa. Cosa que nos alegraría sinceramente a quienes reafirmamos nuestra plena comunión eclesial.

Por supuesto, todo cuanto acabamos de exponer es bajo reserva de inventario. Nos gustaría conocer la explicación del Obispado de Girona (porque, sin duda, alguna tendrá).


De Soler a Pardo: nihil mutatur?

miércoles, 21 de abril de 2010

ANNVS MMDCCLXIII AB VRBE CONDITA


IN DIE GENETHLIACA VRBIS ROMAE, CAPITIS MVNDI, A DIVO ROMVLO CONDITA SVPER MONTEM PALATINVM BIS MILLIA SEPTINGENTI SEXAGINTA TRES ABHINC ANNOS APVD VARRONEM


A finales del siglo XIX, Arthur Schliemann desafió al engreído y arrogante cientificismo positivista al descubrir Troya, guiado tan sólo por los poemas homéricos, a los que sus contemporáneos no daban más crédito que el que se da a los cuentos de hadas. Con ello demostró que los mitos no son patrañas imaginadas por los antiguos, sino que contienen en substancia la remota memoria de los pueblos y, por lo tanto, no han de despreciarse. Ocurre como con los seres humanos, en los cuales los recuerdos de la infancia se van difuminando y envolviendo en la nebulosa del tiempo, manteniendo, sin embargo, unos puntos ciertos de referencia con lo realmente acontecido. Los mitos, sobre todo los de carácter fundacional, son explicaciones válidas de la identidad de las comunidades humanas; no hay que buscar en ellos el rigor de los datos puramente externos, sino el sentido último e íntimo que encierran. Viene esto a colación de una efeméride reciente, que, además, tiene que ver de alguna manera con Troya: la de la fundación de Roma, el 21 de abril del año 753 a. de J.C. conforme al cómputo de Varrón, es decir hace 2.760 años.

Según la tradición, Rómulo, hijo de Marte como su hermano Remo (ambos habidos en Rea Silvia, hija del Rey de Alba, y, por lo tanto descendientes del héroe troyano Eneas), echó los fundamentos de la Vrbs Quadrata junto al monte Palatino siguiendo los ritos prescritos en la Antigüedad, esto es, excavando alrededor un foso consagrado al dios Término (Remo, por cierto, encontró la muerte al traspasar sacrílegamente dicho límite). Es sumamente sugestiva la genealogía atribuida a Rómulo y a su hermano, que nos remite a la Guerra de Troya. Ésta, de acuerdo con Homero, no se decidió a favor de los Aqueos (griegos) hasta que no se pusieron de acuerdo los dioses olímpicos. Afrodita cedió ante las exigencias vengativas que Hera y Atenea elevaban a Zeus a cambio de salvar a su hijo Eneas, el cual, seguido de un puñado de prófugos, logró librarse de la ruina de la ciudad fundada por Dárdano. Virgilio relató las peripecias sin cuento –incluida la estancia en la Cartago de la reina Dido– del príncipe y de sus acompañantes antes de llegar a las costas tirrenas, donde se asentaron gracias a la hospitalidad del rey Latino. En dicho territorio fundó Eneas las ciudades de Lavinium y Alba Longa, esta última antecesora directa de Roma, que acabó siendo la señora imperante en el mundo antiguo, incluida Grecia (con lo que la verdadera triunfadora de la Guerra cantada por el vate ciego de Quíos, fue en definitiva Troya).

Gracias al mito, pues, aparece Roma como heredera del Oriente. Troya, en efecto, era considerada asiática por los griegos y, de hecho, su posición geográfica estratégica –a la entrada del estrecho de los Dardanelos– la hacía un punto importantísimo y decisivo de confluencia de las rutas del Oriente y el Occidente con todo lo que ello implica de intercambios entre los pueblos. Por otra parte (y es otra enseñanza del mito), Roma será la vengadora de Troya conquistando Grecia, de la cual recibirá el ingente acervo cultural y artístico que asimilará y difundirá por doquiera irá con sus legiones. A ella, en fin, va a desembocar la corriente de la civilización, que brota en Sumeria y Acadia, pasa por Asiria y Babilonia, por Media y Persia y atraviesa el Egeo para confluir con el mundo del Nilo; por eso, Roma será considerada la “civitas” por excelencia. Señora y maestra de los pueblos, será la “caput mundi” y su obra preparará al mundo para la fecunda unión con el Evangelio, de la cual nacerá la civilización de la que somos hijos queramos o no, aunque nos empeñemos en negar una parte de nuestras raíces.



GLORIA TIBI SIT, O ROMA FELIX, QVI TOTVM ORBEM ILLVSTRAS SAPIENTIA VETERVM ET EVANGELII LVMINE. TV AVGVSTA, QVI CAESARVM TRIVMPHA SVPER BARBAROS VIDISTI, TVQVE NOBILIS, QVI APOSTOLORVM CRVORE PRINCIPVM IRRIGATA FVISTI, PATRIA ES OMNIVM NOSTRORVM.

AVE ALMA VRBS, ILIONIS HERES, ALBAE LONGAE FILIA, HIEROSOLYMAE SVCCETRIX, SANCTAE IESV CHRISTI ECCLESIAE AEDES, DIVI PETRI SEDES: TIBI HONOR DECVSQVE, TIBI POPVLORVM PLAVSVM ET PROSPERITAS ATQVE COMPLURES A DEO OPTIMO MAXIMO BENEDICTIONES IN OMNI TEMPORE!

lunes, 19 de abril de 2010

Benedicto XVI: balance de los primeros cinco años de su pontificado




Cuando el 19 de abril de 2005, el cardenal Jorge Arturo Medina Estévez, en su calidad de cardenal protodiácono de la Santa Iglesia Romana, proclamó Urbi et orbi la nueva de la elección papal del cardenal Joseph Ratzinger como sucesor del venerable Juan Pablo II, muchos fueron los que se llamaron a sorpresa, ya que se daba por descontado que un prefecto del ex Santo Oficio no era alguien “políticamente correcto” para ocupar el sacro solio. Con el cardenal alemán ocurría lo mismo que con su predecesor Ottaviani: como éste fue el “pararrayos” del beato Juan XXIII, Ratzinger lo era del venerable Juan Pablo II. Estos papas eran el rostro simpático y carismático del Catolicismo, mientras sus fieles colaboradores, vigilando la fe y las costumbres en su nombre, eran el blanco de las críticas de los sectores liberales y sedicentes progresistas de la opinión. Roncalli y Wojtyla podían tranquilamente gozar de la popularidad y el aplauso: otros eran los que les hacían el “trabajo sucio” (y perdónesenos la expresión). Si el cardenal Ottaviani, desafiando a sus detractores, no tuvo empacho en autodefinirse “il carabiniere della Chiesa” y presentarse como un fiel perro guardián, a Joseph Ratzinger no le ahorraron los peores calificativos, presentándolo como un oficial de las SS y llamándolo “Rotweiller” (perro conocido por su fiereza y agresividad).

Sin embargo, nada más alejado de la realidad. En primer lugar, tanto el beato Juan XXIII como el venerable Juan Pablo II estaban plenamente de acuerdo con la labor de Ottaviani y de Ratzinger respectivamente. Éstos gozaban de la plena confianza de aquéllos y obraban con su acuerdo y aprobación. En segundo lugar, tanto en un caso como en otro, se trataba de prelados con una exquisita educación a la antigua usanza. La única diferencia es que Ottaviani era un carácter extrovertido, fogueado por una larga carrera en la Curia Romana, mientras que Ratzinger es más bien introvertido, forjado en la soledad del teólogo dedicado a su ciencia. A pesar del cuarto de siglo al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe y del Papado, Benedicto XVI sigue siendo una persona tímida, pero de una gran afabilidad. Además, su trayectoria en estos cinco primeros años de pontificado ha demostrado lo infundados que eran los recelos provocados por su elección. Lejos de haberse comportado como el “gran inquisidor” que ciertos agoreros anunciaban, se ha conducido como un papa que ha puesto en práctica el aforismo de Claudio Acquaviva, quinto prepósito general de la Compañía de Jesús: Suauiter in modo, fortiter in re (suave en la forma, firme en el fondo). Aquellos modernos “profetas de calamidades” se equivocaron en sus tétricos pronósticos.

Un segundo fallo de las previsiones: el sucesor de Juan Pablo II sería un “papa de transición”, alguien que duraría poco, como para que la Iglesia asimilase la desaparición de Wojtyla (cuya herencia era formidable y gigantesca su figura) y se diera tiempo para preparar un nuevo pontificado que no le fuera deudor y tuviera su propia dinámica y orientación. Lo mismo que se pensó al día siguiente de morir el venerable Pío XII en 1958. Entonces los cardenales se pusieron de acuerdo en elegir a un papa que durara poco y no diera mucho hilo a torcer y sus votos convergieron en el bonachón cardenal Roncalli, patriarca de Venecia. Sólo que, su papado, aunque transitorio, no fue de transición. A su sucesor Pablo VI le dejó una herencia mucho más complicada que la que recibió de Pacelli y una Iglesia en trance de grandes y rápidas transformaciones, impensables al inicio de su reinado. Con Benedicto XVI ha pasado otro tanto (aunque en un sentido algo diferente que explicaremos). El pontificado de Ratzinger no es en modo alguno continuista del de Wojtyla. Ha adquirido su perfil propio e inconfundible. Desde luego, como el de Roncalli, no puede ser tampoco considerado de transición, porque en la vida de la Iglesia han ocurrido cambios trascendentales en estos últimos cinco años, cambios que dejarán su propia impronta en la Historia del Papado.

Joseph Ratzinger no aparecía en las quinielas entre los papables y, sin embargo, su elección tuvo lugar a escasas veinticuatro horas de clausurado el cónclave, es decir, fue la más rápida (con la de Juan Pablo I en agosto de 1978) y la que menos votaciones requirió después de la del venerable Pío XII en 1939. ¿Cómo pudo crearse un consenso tan decisivo en torno a un cardenal que tenía todas las desventajas de la propaganda mediática? Europeo (alemán por si fuera poco), de curia (con poca experiencia pastoral) y mano derecha del pontífice que se acababa de enterrar: puntos desfavorables para una opinión que reclamaba un papa del Tercer Mundo, con experiencia pastoral y que no prolongara el régimen wojtyliano (que había durado demasiado según algunos). En primer lugar, hay que decir que el cardenal Ratzinger no era en modo alguno un desconocido para sus colegas. Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe había tratado con todos ellos por diversos conceptos (como miembros de la Curia Romana o como obispos residenciales). Además, las congregaciones generales durante la sede vacante servirían para un acercamiento más familiar y cotidiano. Pero lo verdaderamente decisivo, en nuestra modesta opinión, debió ser la homilía que pronunció el cardenal decano en la misa Pro eligendo pontifice previa a la clausura del cónclave, el 18 de abril de 2005. En ella describió acertadamente la situación contemporánea de la Iglesia y del mundo denunciando el relativismo moral y señalando la necesidad de Cristo como seguro punto de referencia y del sacerdocio como don de Cristo para la salvación del mundo. Nadie habló tan claro como Ratzinger y los cardenales, quizás desorientados hasta entonces, vieron claro que era a él a quien debían dar sus votos.


Una vez papa, a Benedicto XVI se le plantearon varios retos. El primero de todos, la reforma de la Curia Romana. Se le ha reprochado que los pasos dados en este sentido han sido, de todo punto, insuficientes y en algunos casos poco afortunados. Pero no es cosa fácil ni mucho menos enfrentarse con la Curia, ni aun siendo papa. Para que las cosas cambiaran el Santo Padre tendría que dar un golpe de mano y llevar a cabo una revolución de palacio, cosa que no beneficiaría en nada a la Iglesia y le crearía más enemigos de los que ya tiene. La Curia Romana actual es un organismo diseñado y blindado por Pablo VI con su radical reforma de 1967, que dio una preponderancia capital a la Secretaría de Estado a costa del antiguo Santo Oficio, objeto de una verdadera capitis deminutio mediante la supresión de su carácter de “suprema” sagrada congregación y el cambio de denominación. En pocas palabras, a partir de entonces el criterio doctrinal fue supeditado al político y los principios lo fueron al pragmatismo. La troika Benelli-Silvestrini-Casaroli dirigió no sólo la diplomacia pontificia, sino también el gobierno de la Iglesia. Todo asunto debía pasar absolutamente por la todopoderosa Secretaría de Estado (como sigue, por otra parte, ocurriendo hoy). El venerable Juan Pablo II reformó, a su vez, la Curia Romana en 1985, pero no se atrevió a modificar el planteamiento básico de la reforma de Pablo VI. Por lo demás, para sus planes de evangelización personal a gran escala, al papa Wojtyla le convenía que otros le descargaran de la mayor parte de preocupaciones propias del gobierno cotidiano de la Iglesia.

Benedicto XVI ha formado parte de esa Curia durante un cuarto de siglo y conoce perfectamente sus mecanismos: es consciente de la necesidad de proceder con suma prudencia y con medidas a largo alcance, aunque a corto plazo sus decisiones parezcan desacertadas. Sabe muy bien que no basta con cambiar el vértice de los dicasterios porque “los prefectos pasan, pero los oficiales permanecen”. Por muy emprendedor que sea un cardenal, sus decisiones pueden ser minimizadas, neutralizadas o hasta boicoteadas por sus subalternos (como más de una vez ha sucedido). Además está la interferencia de la Secretaria de Estado, con capacidad para bloquear cualquier expediente (como pasa, por ejemplo, con el tan esperado documento clarificador del motu proprio Ecclesia Dei, listo para la firma del Papa desde 2008, pero que duerme el sueño de los justos en algún rincón del tercer piso del Palacio Apostólico). El poder efectivo del establishment de la Curia quedó demostrado con el práctico extrañamiento de Mons. Ranjith de Roma por dos veces a pesar de la confianza puesta en él por los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. El primero lo nombró secretario adjunto de la importantísima Congregación para la Evangelización de los Pueblos (la antigua Propaganda fide) en 2001. La Secretaría de Estado logró enviarlo como nuncio al sudeste asiático en abril de 2004. El papa Ratzinger lo llamó nuevamente a Roma en diciembre de 2005 como secretario de la Congregación para el Culto Divino. Dada su valiente postura a favor de la liturgia romana clásica, se volvió incómodo y desde la Secretaría de Estado volvieron a mandarlo fuera, esta vez de arzobispo a Colombo (en su Sri Lanka natal). El cardenal Cañizares, que lo quería mantener como secretario de la congregación que preside, no pudo hacer nada para evitar su partida. Es sólo un ejemplo, pero muy ilustrativo, de cómo están las cosas en Roma. Se comprende entonces que el Santo Padre prefiera proceder pacientemente, realizando cambios de a poco y a largo plazo en lugar de romper las hostilidades con la Curia Romana mediante una acción contundente e inmediata. Es la sabia estrategia expresada en el adagio latino: “gutta cavat lapidem non vi sed saepe cadendo”.

Un importantísimo aporte del pontificado de Benedicto XVI lo constituye su relectura del Concilio Vaticano II a la luz de la Tradición, según una hermenéutica de continuidad y no de ruptura. El Papa detesta la idea de que haya dos iglesias: una, anterior al Concilio; la otra, fruto de éste. La Iglesia es una y la misma, tanto antes como después del Vaticano II. Ha habido ciertamente una adaptación de sus instituciones a las exigencias de los nuevos tiempos, pero ello no implica de ningún modo una Iglesia nueva. Hay que reconocer, sin embargo, que algunos aspectos de esta adaptación fueron más allá de la letra y de la mente del Concilio en nombre de un supuesto “espíritu conciliar” (que no es otra cosa que la hermenéutica de la ruptura). Por primera vez en décadas se reconoce que no todo ha sido ideal en la aplicación de las reformas conciliares y que, sin retroceder en los logros legítimos, se deben replantear algunas de ellas aplicando la hermenéutica de la continuidad. Ello se refleja especialmente en el empeño puesto por el Santo Padre en el actual movimiento de renovación litúrgica y el redimensionamiento de la noción del sacerdocio católico, cosas ambas íntimamente relacionadas entre sí (como lo demuestra el hecho de la indicción del año sacerdotal 2009-2010, proponiendo a San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, como modelo de sacerdote, cuya vida está centrada en la misa y la administración de los sacramentos, es decir considerado ante todo como sacrificador y santificador).

Quizás el fruto más visible en este sentido sea el de la “reforma de la reforma” litúrgica. Es innegable que en la Iglesia se había llegado a cotas muy bajas en el respeto y la dignidad del culto divino, depauperado y desacralizado, conllevando algunas veces la puesta en tela de juicio de los dogmas católicos expresados en los ritos de la Iglesia. En realidad, la reforma litúrgica postconciliar había ido mucho más allá de lo que la constitución Sacrosanctum Concilium realmente había establecido y permitía. El elemento de creatividad introducido en las celebraciones quebró la necesaria unidad de la liturgia y dio pie a toda clase de abusos. La nueva forma de la misa romana (Novus Ordo), en sí misma ortodoxa y exenta de error (aunque menos rica y expresiva que la tradicional), fue manipulada de manera que en muchos casos dejó de expresar la fe católica, dejó de ser manifestación apta de la lex credendi. Por otra parte, el antiguo y venerable Misal tradicional fue indebidamente proscrito en la práctica (que no en la ley), generando ello una verdadera guerra litúrgica que nunca habría debido tener lugar, pero que provocó dolorosas situaciones y dramáticas escisiones entre los fieles al exasperarse los ánimos. Benedicto XVI quiso poner fin a este estado de cosas y promulgó el 7 de julio de 2007 su motu proprio Summorum Pontificum, en el que se establecen claramente tres puntos fundamentales: 1) la liturgia romana constituye un solo rito bajo dos formas (ordinaria o moderna y extraordinaria o clásica), siendo ambas expresiones legítimas de la lex credendi de la Iglesia; 2) la forma extraordinaria o clásica del rito romano de la misa nunca fue abrogada y estuvo, en principio, siempre en vigor; 3) la forma ordinaria o moderna del rito romano está dotada de “riqueza espiritual y profundidad teológica”. Así pues, el Papa ha establecido la pax litúrgica, mediante la coexistencia pacífica de las dos formas del rito romano, que, incluso, pueden enriquecerse mutuamente. De hecho, el propio Romano Pontífice ha dado el ejemplo mediante la introducción en los oficios papales de elementos que contribuyen a un sentido más profundo de lo sagrado y a una mayor reverencia (celebración ad Orientem, supresión de la comunión en la mano, belleza de los ornamentos y del mobiliario litúrgico, etc.). En esto ha sido un acierto indudable el nombramiento de Mons. Guido Marini como maestro de las ceremonias litúrgicas pontificias.


Otro aspecto relevante está dado por la importancia dada por el Santo Padre a la ilustración de los fieles en la doctrina católica. Y ello no sólo a través de sus grandes documentos (las encíclicas Deus caritas est, Spe salvi y Caritas in veritate y la exhortación apostólica post-sinodal Sacramentum caritatis), sino también de las alocuciones con motivo de las audiencias generales, en las que se revela su vocación de teólogo y su talento como maestro. De manera profunda y sencilla va desgranando cada miércoles, siguiendo el hilo de la Historia, los personajes y las ideas que han influido en la Iglesia. Este papa culto desea que sus hijos participen y se beneficien de la riqueza espiritual que da el conocimiento. Cada homilía suya es una página magistral de pensamiento religioso. Ningún otro pontífice dispone de un corpus bibliográfico anterior a su elección como el que posee Benedicto XVI. Y su actividad intelectual y científica prosigue en medio de sus responsabilidades universales para con la Cristiandad. Prueba de ello: su libro Jesús de Nazaret, magnífico tratado de Cristología, cuya primera parte fue publicada en 2007. Este docto papa puede con justicia ser enumerado entre los grandes amigos del saber: un Gregorio Magno, un Nicolás V, un Pío II, un Benedicto XIV, un Pío XI y un Pío XII.

En el plano ecuménico destaca también Joseph Ratzinger por dos grandes logros: el regreso de un importante sector del Anglicanismo a Roma (organizado a través de ordinariatos personales) y la reanudación del diálogo con la Ortodoxia rusa (signo de buena voluntad del Papa fue el abandono del título de “patriarca de Occidente”). Benedicto XVI, sin abandonar la voluntad de acercamiento a las denominaciones de confesión protestante, está potenciando la unión con aquellas iglesias y comunidades que tienen más en común con el Catolicismo. Su ecumenismo no es irenista ni claudicante, pero sí caritativo y prudente. En relación con las otras religiones monoteístas, aunque ha habido tensiones puntuales, hay que destacar la habilidad del Romano Pontífice para sacar provecho de las mismas. Recuérdese la polémica de 2006 en torno a la lección magistral de Ratisbona, en la que, citando un texto referente a las relaciones de Bizancio y el Islam, insistió en la necesidad del empleo de la razón y no de la fuerza en el diálogo religioso. Se acusó al Papa de provocar a los musulmanes, pero al final el hecho fue que un nutrido grupo de intelectuales islámicos le dieron la razón y se inauguró una nueva etapa en el intento de comprensión mutua de ambas religiones. En lo que se refiere al hebraísmo, tres han sido los capítulos de queja: la modificación de la oración solemne de Viernes Santo por los judíos, la continuación del proceso para la beatificación de Pío XII (acusado injustamente de silencio cómplice del nazismo) y el levantamiento de la excomunión al obispo Williamson (partidario de las teorías revisionistas sobre el holocausto). Benedicto XVI aguantó estoicamente las tormentas mediáticas que se le vinieron encima y, con cordura, paciencia y energía, supo sacar provecho de las incómodas situaciones. El diálogo con los judíos no sólo sigue adelante (a pesar de las inevitables dificultades), sino que un buen sector de las asociaciones judías alrededor del mundo ha comenzado, por ejemplo, a manifestar su abierto rechazo a la propaganda maliciosa contra Pío XII, mostrando así que el sentir antipacelliano no es unánime, ni mucho menos, en la comunidad judía mundial (véase, si no, a este respecto la obra de la fundación judía Pave the Way).

Los desvelos del Papa por preservar y restaurar en lo posible la unidad de la Iglesia se pusieron de manifiesto especialmente en ocasión del levantamiento de las excomuniones en las que habían incurrido latae sententiae los cuatro obispos de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (FSSPX) consagrados en 1988 por Monseñor Lefebvbre y que dieron lugar a una situación material de cisma. En carta del 10 de marzo de 2009, el Santo Padre anunció a los obispos del mundo entero esta decisión, que fue como una mano tendida generosamente a una porción de creyentes católicos con un no desdeñable clero que podía hacer mucho bien en plena comunión con la Iglesia. Ya se ha citado el caso concreto del obispo Williamson, que, debido a sus posturas revisionistas sobre el holocausto, hizo distraer el interés general de lo verdaderamente importante, que es la reconciliación interna de la Iglesia. Para evitar toda confusión o suspicacia y, a la vez, mostrar que el levantamiento de las excomuniones no era sino un primer gesto, al que debían seguir otros de parte también de los directamente interesados, Benedicto XVI reorganizó la Pontificia Comisión Ecclesia Dei (PCED), haciéndola depender de la Congregación para la doctrina de la Fe, de modo que se viera claro que, una vez resuelta la cuestión litúrgica, quedaban por esclarecer problemas de índole doctrinal, especialmente en lo relativo a la recepción del Concilio Vaticano II. Dichos problemas debían discutirse bilateralmente entre representantes de la FSSPX y la PCED, como de hecho se están discutiendo en la actualidad. Ello podría y debería redundar en beneficio de toda la Iglesia, posibilitando una clarificación y mejor comprensión del Concilio (cuya legitimidad y vigencia en el marco de una hermenéutica de la continuidad son innegociables).


Benedicto XVI tiene un estilo completamente diferente al de su predecesor el venerable Juan Pablo II (con quien, sin embargo, estaba en gran sintonía). Karol Wojtyla, a fuer de buen actor, estaba convencido de que se debía a su público y se prodigaba a los fieles, multiplicando las audiencias, las apariciones en público, las grandes ceremonias multitudinarias y los viajes apostólicos. Fue tal el convencimiento que tenía de la necesidad de catequizar con su persona, que no se dio respiro ni aun a las puertas de la muerte. Joseph Ratzinger, en cambio, es consciente de sus limitaciones y de que su primer deber es cuidarse para poder seguir sirviendo a la Iglesia. Por eso prefiere dosificar sus intervenciones públicas, disminuyendo el ritmo de las audiencias y de los viajes apostólicos al que tenía acostumbrados a todos Juan Pablo II y reduciendo las capillas papales limitándolas a las principales festividades del calendario litúrgico y a las canonizaciones (las beatificaciones tienen lugar ahora en las diócesis donde se halla establecido el culto del nuevo beato y no en Roma). Lo curioso es que, contra los que afirmaban que el papa Benedicto no era carismático y profetizaban unas relaciones frías y distantes con su auditorio, el hecho es que despierta también el entusiasmo de éste, al que se ha sabido ganar, no con la campechanía, las tablas y el gran sentido del espectáculo de su predecesor, sino con su tímida modestia y gran amabilidad. Tímido era también Pablo VI pero solemne; por eso no concitaba la euforia de las masas. Ratzinger, como buen hijo del pueblo de Baviera, es, en cambio, mucho menos formal, lo cual le da ventaja a la hora de conectar con aquéllas.

Dejamos para el final el tristísimo asunto que ha empeñado este quinto aniversario de la elección de Benedicto XVI: el de la pederastia y los abusos sexuales por parte de algunos miembros del clero. Se trata de un fenómeno terrible que fue objeto en el pasado de un tratamiento no siempre adecuado por parte de los responsables del gobierno en la Iglesia, incluyendo cardenales y obispos. Algunos llegan a incluir en esta consideración al mismo papa Juan Pablo II, que se mostró siempre escéptico acerca de estas imputaciones. Pero esto tiene su explicación: el papa Wojtyla conocía los métodos de los comisarios comunistas, que atribuían falsamente a los sacerdotes y religiosos toda clase de aberraciones sexuales para intentar desprestigiar al clero católico a los ojos del pueblo. Por tal motivo no era propenso a creer en acusaciones del género, especialmente si se dirigían contra personas que él creía por encima de toda sospecha y víctimas de envidias y afanes de revancha, como el P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, a quien el papa Juan Pablo protegía y favorecía. Precisamente, hacia finales de su pontificado fue cuando el entonces cardenal Ratzinger, alarmado por la consistencia que empezaban a adquirir las denuncias contra el P. Maciel, quiso actuar en consecuencia y obtuvo la autorización del Papa para reabrir su proceso (que había sido abierto y archivado por falta de pruebas). A la sazón, en 2001, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe había acertadamente unificado la legislación y los criterios para tratar los casos contemplados bajo el nombre genérico de crimen sollicitationis. Ya como Benedicto XVI fue quien sentó en la Iglesia el principio de “tolerancia cero” para este tipo de conductas. Su ejecutoria al respecto ha sido, pues, siempre impecable y sólo se explica el escándalo mediático en torno a su persona por una obscura voluntad de desprestigio personal. El Papa ha dado sobradas muestras de su honda sensibilidad frente a la desgracia de las víctimas y al escándalo de los fieles suscitados por las abominables conductas de sacerdotes y religiosos indignos. Su alocución a los obispos estadounidenses, su carta a los católicos de Irlanda y su encuentro con afectados durante su estancia en Malta son pruebas clarísimas de su compromiso con la verdad, la justicia y la caridad.

Podríamos abordar muchos otros puntos del ya rico pontificado de Benedicto XVI, pero con lo dicho basta para esbozar un balance francamente positivo. Sólo añadamos el valiente acto por el que proclamó venerable en diciembre del año pasado a Pío XII (juntamente con Juan Pablo II). La Iglesia Católica tiene un timonel que ha sabido salvar su nave de los más peligrosos escollos y que, a pesar de las tempestades, la llevará a buen puerto. Tenemos un papa santo, sapiente y sabio, un don que Dios, en su misericordia, ha querido ofrecernos a sus hijos. Deber nuestro de piedad filial es rezar para que nos lo conserve muchos años, le dé la fuerza necesaria para conjurar la adversidad y las insidias de sus enemigos y la gracia de la perseverancia hasta el fin. No sabemos los misteriosos designios que tiene el Señor sobre este Vicario suyo a quien el enigmático san Malaquías atribuye el lema “De gloria olivae”, cuyo significado parece aludir al martirio. En todo caso, si no mártir material, Joseph Ratzinger es ya como aquello en lo que el venerable Pío XII, siendo niño, soñaba en convertirse: un “mártir sin clavos”. Benedicto XVI atraviesa su personal Getsemaní casi desde el día mismo de su aceptación de la máxima responsabilidad que puede recaer en un hombre en este mundo. Que la Santísima Virgen, Madre de la Iglesia, a cuya imagen sagrada de Alttöting solía ir a venerar piadosamente en su Baviera natal, lo sostenga y lo proteja.

Oremus pro Pontifice nostro Benedicto.
Dominus conservet eum, et vivificet eum,
et beatum faciat eum in terra, et non
tradat eum in animam inimicorum eius.

viernes, 16 de abril de 2010

¡Feliz cumpleaños, Santo Padre!


BENEDICTO, SVMMO PONTIFICI
ET VNIVERSALI PATRI
PAX, VITA ET SALVS PERPETVA!




IN DIE GENETHLIACO
SANCTISSIMI IN CHRISTO PATRIS
BENEDICTI PP.XVI

AD MVLTOS ANNOS, SANCTE PATER!



domingo, 4 de abril de 2010

¡FELIZ PASCUA FLORIDA!


Surrexit Dominus vere, alleluia!




Christus resurrexit a mortuis primitiæ dormientium, quoniam quidem per hominem mors, et per hominem resurrectio mortuorum. Et sicut in Adam omnes moriuntur, ita et in Christo omnes vivificabuntur.



Regina coeli, laetare, alleluia
Quia Quem meruisti portare, alleluia
Resurrexit sicut dixit, alleluia:
Ora pro nobis Deum, alleluia!



Omnibus amicis et lectoribus Paschalia nostra vota

viernes, 2 de abril de 2010

Pasión de Cristo, Pasión del Papa, Pasión de la Iglesia

"Simon, Simon, ecce Satanas expetivit vos ut cribraret sicut triticum : ego autem rogavi pro te ut non deficiat fides tua : et tu aliquando conversus, confirma fratres tuos"



"Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te!"


Oremus et pro beatíssimo Papa nostro Benedicto : ut Deus et Dóminus noster, qui elégit eum in órdine episcopátus, salvum atque incólumen custódiat Ecclésiae suae sanctae, ad regéndum pópulum sanctum Dei.


Orémus.


V. Flectámus génua.
R. Leváte.


Omnípotens sempitérne Deus, cujus judício univérsa fundántur: réspice propítius ad preces nostras, et eléctum nobis Antístitem tua pietáte consérva ; ut christiána plebs, quae te gubernátur auctóre, sub tanto pontífice, credulitátis suae méritis augeátur. Per Dóminum nostrum Iesum Christum Filium tuum, qui tecum vivit et regnat, in unitate Spíritus Sancti, Deus, Per omnia saecula saeculorum. R. Amen.





Ave dulcis Mater Christi.
Quae sepulchro conditum
Plangis Natum, heu quam tristi
Mente volvens obitum!
In virtute tot dolorum
Quos tulisti fortiter,
Omnem contra vim malorum,
Stare nos viriliter:
Demum sorte beatorum
Fac gaudere iugiter.