jueves, 20 de septiembre de 2012

María Corredentora: ¿una verdad incómoda?



  
El famoso P. René Laurentin, mariólogo y estudioso de las apariciones marianas, se manifestó hace un tiempo en contra de la proclamación del llamado “quinto dogma” relativo a la Santísima Virgen, a saber el de la Corredención. Como no todos están familiarizados con los dogmas marianos, conviene referirse al tema y empezar por repasar cuáles son las cuatro verdades que ya han sido definidas infaliblemente por la Iglesia:

1.- La Maternidad Divina. Proclamada en el Concilio de Éfeso, III de los Ecuménicos (431) contra Nestorio, que afirmaba que, si bien María había dado a luz al Verbo encarnado, sólo se la podía considerar madre de la persona humana de Cristo, pero no de la divina, de la que, a lo sumo, se la podía llamar portadora o receptora (Θεοδόκος). Para él la unión hipostática no era substancial sino accidental y no había, por consiguiente, entre la persona divina y la humana de Cristo lo que los teólogos llaman communicatio idiomatum (comunicación de idiomas), que permite atribuir a cada una de ellas las notas y los actos de la otra. La doctrina católica, por el contrario, afirma que en Cristo hay dos naturalezas (la divina y la humana) pero una sola substancia, de modo que lo que se dice de la persona divina puede atribuirse a la humana y viceversa. En este sentido, la Santísima Virgen, al concebir y dar a luz a Cristo, es verdadera “engendradora de Dios” (Θεοτόκος) o Deípara. Lo explica san Cirilo Alejandrino en carta a Nestorio, aprobada por el concilio niceno: “Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen” (Denz-Schön, 251).

2.- La Virginidad Perpetua. Definida en el Concilio de Letrán (649) bajo el papa san Martín I. En el canon 3 del Acta V se lee: “Si alguno no confiesa, de acuerdo con los Santos Padres, propiamente y según verdad por madre de Dios a la santa y siempre Virgen María, como quiera que concibió en los últimos tiempos sin semen por obra del Espíritu Santo al mismo Dios Verbo propia y verdaderamente, que antes de todos los siglos nació de Dios Padre, e incorruptiblemente le engendró, permaneciendo ella, aun después del parto, en su virginidad indisoluble, sea condenado” (Denz-Schön. 503). De acuerdo con este dogma, María no sólo concibió virginalmente a Jesucristo en su purísimo seno por obra del Espíritu Santo, sino que lo dio a luz milagrosamente sin menoscabo de su integridad (“como pasa la luz a través del cristal, sin romperlo”) y no tuvo nunca concúbito con varón por haber hecho voto perpetuo de virginidad. Esto último se deduce del episodio de la Anunciación, cuando a las palabras del Ángel diciéndole que va a concebir y dar a luz un hijo, la Virgen pregunta cómo podrá ser esto si no conoce varón. Si no hubiera habido el voto, la objeción no habría tenido sentido, pues el Ángel podía argüirle: “No conoces varón ahora, pero lo conocerás cuando convivas con tu esposo”. María es, pues, la siempre Virgen (ἀειπάρθενος).

3.- La Inmaculada Concepción. Declarada de fe por el beato Pío IX mediante la bula Ineffabilis Deus (8 de diciembre de 1854) en los siguientes términos: “Para honor de la santa e indivisa Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y acrecentamiento de la religión cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles. Por lo cual, si alguno, lo que Dios no permita, pretendiere en su corazón sentir de modo distinto a como por Nos ha sido definido, sepa y tenga por cierto que está condenado por su propio juicio, que ha sufrido naufragio en la fe y se ha apartado de la unidad de la Iglesia, y que además, por el mismo hecho, se somete a si mismo a las penas establecidas por el derecho, si, lo que en su corazón siente, se atreviere a manifestarlo de palabra o por escrito o de cualquiera otro modo externo” (Denz-Schön, 2803). Este singularísimo privilegio de la Inmaculada Concepción no significa que la Virgen naciera sin pecado (como consta del profeta Jeremías y de san Juan Bautista y se presume del glorioso patriarca san José) por una santificación en el seno materno que hubiera borrado el pecado original y sus reliquias. No; aquí se trata de una verdadera y propia exención del pecado desde el primer instante del ser natural, es decir en el momento mismo de la concepción. Largo camino se tuvo que recorrer antes de llegarse a la persuasión fuera de toda duda de que la Virgen fue concebida sin mancha (aunque en esto el pueblo fiel llevó la delantera a los teólogos).

4.- La Asunción en cuerpo y alma a los Cielos. Solemnemente expuesta por el Siervo de Dios Pío XII, gran papa mariano, con la constitución apostólica Munificentissimus Deus (1º de noviembre del año santo 1950), en la cual se lee: “después que una y otra vez hemos elevado a Dios nuestras preces suplicantes e invocado la luz del Espíritu de Verdad, para gloria de Dios omnipotente que otorgó su particular benevolencia a la Virgen María, para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para aumento de la gloria de la misma augusta Madre, y gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. Por eso, si alguno, lo que Dios no permita, se atreviese a negar o voluntariamente poner en duda lo que por Nos ha sido definido, sepa que se ha apartado totalmente de la fe divina y católica” (Denz-Schön 3903). Que la Virgen María no conociera la corrupción del sepulcro es algo que se podría argumentar de la misma manera que hizo Duns Escoto para probar la Inmaculada concepción:“potuit, decuit, ergo fecit”. Dios podía arrebatar a su Madre a los cielos en cuerpo y alma; convenía que así fuese para mostrar la excelencia de esa criatura purísima; luego, lo hizo: se la llevó consigo. Cuestión distinta (y que el propio Pío XII dijo no ser materia de la definición asuncionista) es si la Virgen subió a los cielos sin pasar por el trance de la muerte. En la actualidad la mayoría de teólogos piensan que la Virgen murió y resucitó inmediatamente; pero hay algunos inmortalistas (el P. Alcañiz, por ejemplo), cuya opinión nos parece mejor. De todos modos, hoy por hoy es materia opinable.

R.P. René Laurentin, mariólogo

Vayamos ahora al asunto de la Corredención de María, creencia de la que disiente el P. Laurentin. ¿En qué consiste? En considerar que la Santísima Virgen, por concesión especialísima de Dios, contribuyó de manera eficaz, aunque subordinada y unida a la acción salvífica de Jesucristo, a la redención del género humano, principalmente mediante su aceptación de la Divina Maternidad y sus Dolores, los que experimentó principalmente durante la Pasión y Muerte de su Divino Hijo. Esta cooperación especialísima de María a la obra redentora es peculiar y privativa de Ella y difiere no sólo en grado sino en carácter de la corredención común de los justos, dimanando del privilegio de su Inmaculada Concepción. La Corredención mariana es indisociable de la Redención por los méritos de Cristo. Los méritos de María son por gracia, mientras los de su Hijo son por naturaleza. Dicho esto veamos y analicemos lo que ha declarado René Laurentin, que, por tratarse de un reconocido mariólogo, no nos puede dejar indiferentes. Se trata del fragmento de una entrevista sobre Medjugorje concedida a Gianluca Barile y publicada ayer por el periódico virtual Petrus:


Pregunta. ¿Ha sido María corredentora del mundo con su hijo Jesús? En la Iglesia hace ya tiempo que se habla de ello, pero no parece que haya todavía llegado la hora de la proclamación de un dogma, a pesar de que lo hayan pedido varias veces y con insistencia muchos obispos y cardenales, especialmente de América Latina. ¿Usted que piensa?

Respuesta. Desde hace cincuenta años estudio el papel de María en la redención del mundo. Y desde el comienzo he pensado lo que tiene de único esta participación. Sin embargo, el título de Corredentora es ambiguo, a menudo mal comprendido y, encima, contradictorio desde el punto de vista teológico y ecuménico. Es por esto por lo que personalmente estoy en contra de la definición de María Corredentora y pienso que los que firman –sin entender lo que hacen– las peticiones para la definición de un dogma ad hoc harían mejor en profundizar con seriedad el papel de María en la redención. Papel importante, importantísimo, pero no igual al único de Jesús.

El Padre Laurentin, a pesar de toda su Mariología, se coloca con estas declaraciones en las filas de los minimalistas, es decir de aquellos para quienes cuanto menos se destaque el extraordinario puesto que tiene la Santísima Virgen en la economía de la salvación, mejor. Estos minimalistas se oponen a los maximalistas, es decir a los que piensan, por el contrario, que por mucho que se ensalce a María nunca se le hará justicia, precisamente por esa excelencia suya, que la hace entrar en el mismísimo orden hipostático: de Mariam numquam satis (nunca se dirá lo suficiente de María) como decía san Bernardo. Fueron precisamente los minimalistas quienes en el Concilio Vaticano II lograron impedir que a la Virgen se la dedicara un esquema propio y consiguieron que se la insertase, en cambio, en el esquema sobre la Iglesia. También se opusieron ya entonces a la definición de la Corredención de María y de su Mediación universal como dogmas de fe (según pedían muchos padres conciliares) y no ocultaron su desagrado al proclamarla Pablo VI en el aula conciliar Madre de la Iglesia. Pero vayamos al análisis de lo dicho por René Laurentin.

“El título de Corredentora es ambiguo”. ¿Dónde está la ambigüedad? El prefijo “co” indica en “colaboración”, “unión”. Decir que la Santísima Virgen es Corredentora significa decir que ha colaborado en la obra de la redención de un modo singularísimo en unión con Jesucristo y nunca sin Él. Ambigüedad sería llamarla “redentora”, porque en esa palabra no va implicada necesariamente la idea de la cooperación con el Señor y podría dar lugar a ideas falsas, como la de la equivalencia de la redención obrada por María y la obrada por su Hijo o de que Ella podía redimirnos sola, sin necesidad de la redención por el Verbo encarnado. El término “Corredentora”, pues, lejos de ser ambiguo es muy preciso. La Virgen es Corredentora con Cristo Redentor de manera análoga a como Eva fue co-pecadora con Adán pecador. Este paralelismo es muy sugestivo si se tiene en cuenta la idea paulina de Jesucristo como “segundo Adán” o “nuevo Adán”, que sugirió a san Ireneo de Lyon la de María como la “nueva Eva”. Ahora bien, este Padre de la Iglesia es muy atendible porque recogió la primera tradición apostólica de su maestro san Policarpo, “oyente de Juan” (es decir, discípulo del Evangelista, a quien el Señor confió a su Madre al pie de la Cruz).

“El título de Corredentora es a menudo mal comprendido”. Pero la mala comprensión de una verdad no resta valor a la verdad en sí misma. Lo contrario es caer en idealismo kantiano, para el cual la verdad no reside en las cosas sino en nuestras ideas de las cosas (que pueden ser ideas equivocadas). Tampoco otros dogmas son bien comprendidos muchas veces: la unión hipostática, la Transubstanciación, la Inmaculada… Por poner un ejemplo muy común, este último se confunde frecuentemente entre los fieles con el nacimiento virginal de Jesús. Y se puede dar por seguro que la mayoría del pueblo creyente sencillo no sabría explicar el dogma, pero se fía del Magisterio y lo hace suyo. Además, para tener la fe católica basta con una profesión genérica de creer en todo lo que cree la Iglesia. Si se fuera a considerar católicos sólo a los que comprenden bien todas las verdades de fe, poquísimos cumplirían el requisito. Para explicar los dogmas están precisamente los pastores (obispos y párrocos) y los teólogos. En todo caso, nunca se ha frenado el avance de una verdad por temor a que no se entienda.

“El título de Corredentora es contradictorio desde el punto de vista teológico”Quod est demonstrandum... ¿Dónde residiría la contradicción? Quizás se refiera el Padre Laurentin a la famosa disputa sobre la incompatibilidad de la condición de corredentora con la de redimida. Lo cual nos introduce en otro tema todavía opinable sobre si la Virgen fue redimida o no necesitó de redención y fue, por tanto, irredenta. Veamos. Hay quienes sostienen que la Virgen tuvo que ser redimida en algún momento porque si no, la universalidad de la redención quedaría en entredicho. Pero los que así argumentan no saben explicar por qué esa universalidad no se quebranta con la exclusión de la persona humana de Cristo, que obviamente no necesitó redención, siendo que era hijo de Adán secundum carnem. El P. Alcañiz ha expuesto muy bien su tesis según la cual la universalidad de la redención no queda comprometida si se considera que Dios, al crear al hombre, se reservó esas dos criaturas –Cristo hombre y María– para sus planes de divinización de su creación y los excluyó del destino común de los mortales. Con esta solución se evita la abstrusa noción de redención anticipada, según la cual la Virgen, si bien no tuvo de hecho el pecado original, debía haberlo contraído como descendiente de Adán. Los escolásticos distinguían, pues, el débito y la culpa, eximiendo a María de la segunda, pero no del primero. Pero esto es como suponer que, por algún concepto, Ella estuvo bajo el dominio del demonio del cual fue “re-comprada” (que eso significa “redimida”) anticipadamente por los méritos del Redentor. No parece muy halagüeño para la Madre de Dios.

Aun cuando admitiéramos que la Virgen fue redimida (y esto se concede sólo como hipótesis), no hay incompatibilidad entre redimir y ser redimido, pues el justo en estado de gracia es corredentor con Cristo, como afirma san Pablo: “Completo en mí lo que falta a la Pasión de Cristo” (Col. I, 24). Al reparar Cristo nuestra naturaleza mediante su gracia justificándonos, nos da la vida divina y nuestros actos pasan a ser meritorios en el orden sobrenatural. Si esto es así con nosotros, nacidos en pecado, ¡cuánto más en la Virgen, nacida inmaculada! Además la cooperación de la Virgen a la Redención es de una categoría especialísima, puesto que el Padre, por así decirlo, hizo depender todo su plan de la libre voluntad de la doncella de Nazaret. No le impuso un mandato perentorio (sí o sí); por medio del Ángel le expuso la cuestión y María dio su asentimiento sin constricciones y con plena deliberación. Su fiat sumiso y confiado posibilitó la regeneración de la creación salida del fiat amoroso de Dios.

La Corredención de la Virgen no quita nada a la infinita eficacia por sí sola de la Redención de Cristo, pero hace que ésta sea accidentalmente más perfecta porque Dios ha querido adornarla con la participación única de María, haciendo actuar a su criatura como causa segunda de su plan de salvación. Y Dios muestra mayormente su poder, actuando a través de las causas segundas. Cristo que es Dios, redime por su propia virtud: María, que no es Dios sino pura criatura, redime por la virtud que le otorga Dios y redime en su Hijo y por su Hijo. Para decirlo en lenguaje teológico, Cristo redime por mérito de condigno, mientras María redime por mérito de congruo. Además, Ella ha recibido todas sus perfecciones del Señor, con lo cual no deja de ser un ser contingente, dependiente absolutamente de Él, que es el Ser necesario. Si se tiene en cuenta esto, no hay absolutamente ninguna contradicción teológica en el título de Corredentora.

“El título de Corredentora es contradictorio desde el punto de vista ecuménico”. Se referirá nuestro mariólogo a que hay temas en el catolicismo que son signos de contradicción porque no se podría contentar a todo el mundo. Por lo tanto, no sólo el tema de la Corredención es ecuménicamente contradictorio, sino la Eucaristía, el Papado y el culto a los santos, por citar unos pocos ejemplos. Desde luego, lo que es bueno para los hermanos ortodoxos no lo es para los hermanos separados de las confesiones protestantes (y entre éstas hay variaciones y discrepancias) o incluso para la comunión anglicana. Los ortodoxos no admiten los dos últimos dogmas marianos proclamados, pero no por poca devoción a la Virgen, sino por su idea del poder de las llaves, ya que creen que todo dogma debe ser colegialmente definido, como en los primeros siglos del cristianismo, cuando la unión de las iglesias de Oriente y Occidente no se había roto. Pero esos dogmas, en cuanto tales, no son un obstáculo insalvable para la reconciliación con Roma, como sí lo son para los protestantes, que tampoco admitirán la misa católica, con las ideas de sacrificio propiciatorio, transubstanciación y presencia real. Claro, desde la perspectiva de un ecumenismo irenista, la cosa se resuelve por el lado católico mediante la delicuescencia y ocultación de nuestro credo. Pero ése no es el verdadero ecumenismo.

“Pienso que los que firman –sin entender lo que hacen– las peticiones para la definición de un dogma ad hoc harían mejor en profundizar con seriedad el papel de María en la redención”. El tenor de estas palabras es ofensivo. Suponen, sin distinguir, que los que firman las peticiones para la definición del dogma de la Corredención no entienden lo que hacen ni saben lo que piden, es decir son unos ignorantes. Es un desprecio en bloque a todos –incluidos obispos y cardenales peticionarios– y expresión de una actitud de intolerable soberbia de parte de alguien que da por válida y atendible únicamente su opinión, que no es más que eso: una opinión, que valdrá lo que valgan sus argumentos (y de momento no parece que los que ha dado sean irrebatibles). Por otra parte, ¿por qué no se iba a poder expresar libremente un deseo legítimo en la Iglesia? ¿Por qué descalificar a los que lo hacen? Mientras se trate de materia opinable, nadie tiene el derecho a hacer callar a otro sobre una cuestión. Los que defendemos el título de María Corredentora y pedimos al Papa que defina el dogma reconocemos perfectamente el derecho que asiste al P. Laurentin –como a cualquier otro católico– de disentir y de expresar su disenso.

Para no terminar con una nota negativa, recogemos su exhortación final de “profundizar con seriedad el papel de María en la redención. Papel importante, importantísimo, pero no igual al único de Jesús”. Es lo que tendríamos que hacer todos, incluido el P. Laurentin. En cuanto a que el papel de Cristo en la Redención sea único, nadie lo discute, pero Él mismo ha otorgado a su Madre el suyo, importantísimo (como dice nuestro mariólogo) y que le viene por pura concesión de Dios. No temamos atribuir a la Santísima Virgen toda perfección compatible con la dignidad de su Divino Hijo. Ésta seguramente no va sufrir menoscabo porque reconozcamos las maravillas que ha hecho el Todopoderoso en su esclava y una de ellas es la Corredención.

viernes, 1 de junio de 2012

LX aniversario del XXXV Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona (1952-2012)


El venerable Pío XII, bajo cuyo pontificado se reanudaron
los Congresos Eucarísticos Internacionales con el de Barcelona



Su Excelencia Reverendísimia el Dr. D. Gregorio Modrego y Casaus,
arzobispo-obispo de Barcelona, el gran organizador del Congreso
que abrió Barcelona a Europa y al mundo



Su Eminencia Reverendísima Federico Cardenal Tedeschini,
legado a latere de Su Santidad Pío XII al Congreso Eucarístico



Altar monumental en la hoy Plaza Pío XII de la entonces
Avenida del Generalísimo (hoy Diagonal) de Barcelona



Las multitudes de fieles asisten a la misa pontifical de clausura del Congreso Eucarístico,
el domingo de Pentecostés, 1º de junio de 1952, ante el altar monumental al
aire libre de la hoy Plaza Pío XII en la entonces Avenida del Generalísimo (hoy Diagonal)

jueves, 19 de abril de 2012

Misa en rito romano clásico en el Santuario del Cerro de los Ángeles en próximo 30 de mayo



Nos hacen llegar la magnífica noticia de la celebración de la Santa Misa en rito romano clásico (vulgo dicto tridentino) en el Santuario del Cerro de los Ángeles (diócesis de Getafe).

El sacro evento está previsto para el miércoles 30 de mayo próximo, a la 12 horas (mediodía) y ha sido organizado por la Unión Mundial de Sacerdotes, Religiosos y Seglares Ministri Dei.

Tendrán lugar los siguientes actos:

Santa Misa.

Consagración de Ministri Dei al Sagrado Corazón de Jesús.

Renovación de la consagración de España (indulgencia plenaria a los participantes en este acto).

Consagración personal.

No es necesario insistir en lo importante y conveniente de que quienes puedan, asistan. Es más necesario que nunca en estos tiempos problemáticos recurrir al Sagrado Corazón de Jesús, y nada mejor que a través de la Santa Misa y con la consagración personal.



miércoles, 11 de abril de 2012

Un obispo de Brasil que no quiere la pax liturgica de Benedicto XVI

Gracias a nuestros siempre atentos y vigilantes amigos de Secretum meum mihi nos enteramos de la aparición, en un boletín diocesano brasileño, del artículo escrito por el obispo de São Carlos, Dom Paulo Sérgio Machado (foto), contra los católicos que desean recuperar los usos litúrgicos de la forma extraordinaria del rito romano y que es, velis nolis, un ataque en sordina pero despiadado al motu proprio Summorum Pontificum del Santo Padre Benedicto XVI. Que un prelado católico entre en liza con semejante espíritu de discordia y falta de caridad es francamente vergonzoso, pero, por desgracia no sorprende a quienes hemos padecido durante décadas una persecución velada pero efectiva por parte de nuestros pastores por el sólo hecho de reivindicar el derecho –reconocido por el Papa– a dar culto a Dios según el uso legado por la Tradición y que el proprio Concilio Vaticano II reconoció como legítimo y digno de promoverse por todos los medios. Publicamos a continuación nuestro comentario (en rojo) al artículo mencionado (cuyo texto va en blanco sobre negro). Nuestro reconocimiento al blog Fratres In Unum, por haber dado la voz de alerta publicando el texto en portugués y a Secretum meum mihi por darnos a conocer la traducción española.



El regreso a la Edad Media

Por: Dom Paulo Sérgio Machado, obispo de São Carlos (São Paulo, Brasil).
31 de marzo de 2012.

Ya el título es engañoso. Para empezar, no dice qué entiende por Edad Media, pero, a la luz del artículo, sin duda el obispo le da una connotación negativa, admitiendo el prejuicio iluminista de una suerte de “Edad de las Tinieblas” (ampliamente desmentido por los historiadores contemporáneos). Pero, hablando de materia litúrgica, debería más bien alegrarse de ese retorno al Medioevo, ya que fue a este respecto una época de “creatividad” y de “libertad”, a la que puso fin la codificación tridentina (por motivos que no es del caso desarrollar aquí). Ahora bien, si recuperar el Misal Romano promulgado en 1570 por san Pío V y nuevamente publicado en 1962 por el beato Juan XXIII es un retorno a la Edad Media, nos tememos que Dom Paulo Sérgio Machado no tiene muchas nociones sobre los períodos de la Historia. En 1570 hacía más de un siglo que aquélla había terminado...


No consigo entender cómo, en pleno siglo XXI, existan personas que quieren el regreso de la Misa en latín con el sacerdote celebrando “de espaldas al pueblo”, usando los pesados ornamentos “romanos”.



La misa en latín, “de espaldas al pueblo” y usando las “pesadas vestiduras romanas” puede referirse perfectamente al rito romano ordinario o de Pablo VI tanto como al rito romano extraordinario o “tridentino”. La edición típica vaticana del Novus Ordo está en latín; no hay en él ninguna rúbrica que obligue al celebrante a oficiar necesariamente vuelto versus populum y no se impone ningún estilo determinado de ornamentos, por lo cual los “romanos” (pesados o no) son compatibles con la forma ordinaria.

Por otra parte, refiriéndonos a la liturgia del usus antiquior no queremos ningún regreso, pues no se trata de que vuelva algo que se había ido (el propio papa Benedicto XVI admite que el misal tradicional nunca fue abrogado y permaneció en principio siempre vigente). Simplemente reclamamos que no se nos siga privando abusivamente de nuestra herencia litúrgica, a la que tenemos perfecto derecho.


Estamos celebrando en este año el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II, cuando ya sentimos la necesidad de la realización un Vaticano III, y resulta que nos encontramos con gente que quiere volver al pasado. 
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La conmemoración del cincuentenario del Concilio Vaticano II coincide precisamente con una época de revisión de sus interpretaciones y alcances a la luz de la experiencia acumulada a lo largo de todos estos años, la cual no es precisamente positiva en aspectos fundamentales de la vida de la Iglesia (si no, ahí están las estadísticas que muestran: descenso de las vocaciones sacerdotales, deserciones en el clero, abandono de la práctica en los fieles, vacilaciones masivas en el dogma, contestación de la moral católica, etc.). Si la aplicación del Vaticano II ha demostrado ser más problemática que satisfactoria y se requiere una franca revisión de la hermenéutica con la que se la ha llevado a cabo, ¿cómo se puede pensar en un Vaticano III? Plantearlo siquiera, máxime por parte de un obispo, es una irresponsabilidad y, además, un retorno al pasado: ya en 1967, el cardenal Leo Suenens de Malinas abogaba por un Vaticano III al juzgar que las reformas del Segundo eran superficiales. Curiosamente, desde el lado integrista también se propuso la convocatoria de un Vaticano III, pero en sentido inverso al del purpurado belga: en mayo de 1971, el abbé de Nantes organizó en París una campaña bajo el eslogan “Mañana el Vaticano III” para la cual movilizó a la Liga de la Contrarreforma Católica. Como se ve el obispo de São Carlos no es original y además nos retrotrae a los años salvajes del postconcilio, que tantos dolores de cabeza provocaron a Pablo VI. ¿Quién, pues, quiere volver al pasado


Y lo más preocupante es que se trata de personas que frecuentan la universidad, personas que han entrado  en la universidad, pero en las que la universidad no ha entrado. Creo que es hora de que nuestros científicos inventen un dispositivo para “abrir cabezas”.


¿Qué quiere decir el obispo con esto? ¿Qué los que deseamos el rito tradicional somos personas obtusas y faltas de inteligencia? Aparte del insulto gratuito, el argumento se vuelve en su contra: si gente preparada y con estudios superiores se siente atraída por la antigua liturgia de la Iglesia y desea rendir culto a Dios con ella, es más bien porque dicha liturgia eleva el espíritu y abre las inteligencias a la experiencia de lo sagrado. Cuanto más educada es una persona, mayor es su receptividad a lo que es un tesoro de la cultura de Occidente, que ha inspirado a grandes artistas de todas las ramas del Arte a lo largo de la Historia y que ha ejercido fascinación sobre espíritus selectos de fuera de la Iglesia, no pocos de los cuales acabaron convirtiéndose a la fe católica precisamente por la belleza de la liturgia.

Y, por otra parte, no es cierto que sólo las personas con estudios superiores desean volver a dar culto a Dios en la forma tradicional: mucha gente sin mayor preparación intelectual intuye la riqueza que ella encierra y desea beneficiarse de ella, a lo que tienen perfecto derecho


El “desconfiómetro” ya está superado, quizás porque esas personas sospechan que están “fuera de línea”, “fuera de época”". Quieren a toda costa,  volver al pasado. Viven de milagros y apariciones, de devociones y pietismo, ya felizmente superados.
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¿Qué significa ese galimatías del “desconfiómetro”? En todo caso, cabe desconfiar cuando se impone por la fuerza un rito completamente nuevo y se proscribe ilegalmente el venerable rito antiguo en nombre de ventajas pastorales que, al cabo, no se ven por ninguna parte, pues resulta que desde que se implantó la reforma litúrgica postconciliar por diktat, el panorama de la práctica religiosa se ha vuelto desolador. Quizás estamos “fuera de línea” y “fuera de época”: desde luego no es la nuestra la línea de la decadencia del culto y la desaparición del sentido de lo sagrado, ni nos interesa estar al día en una época que sacrifica lo permanente a lo efímero; la esencia a la moda. Y no, señor obispo, no queremos volver a toda costa al pasado: queremos simplemente recuperar la memoria que prelados como Vd. nos arrebataron a golpe de báculo, queremos gozar tranquilamente de la herencia de la Tradición que nos escamotearon. Queremos que el rito romano clásico sea nuestro presente.

Y en cuanto a eso de que vivimos “de milagros y apariciones, de devociones y pietismo, ya felizmente superados” es una apreciación totalmente gratuita y subjetiva de Dom Paulo Sergio Machado. En primer lugar, milagreros y aparicionistas (lo mismo que escépticos de lo sobrenatural) los hay en todos los campos, también en el de los fieles que asisten a la liturgia postconciliar. Para apreciar y amar el usus antiquior no hacen falta milagros ni apariciones: se basta éste a sí mismo por su valor intrínseco. Lo que no quiere decir, por otra parte, que creer en milagros y apariciones sea malo: si es en conformidad con el juicio de la Iglesia sobre tales fenómenos y dándoles el justo lugar que les corresponde como revelaciones privadas, que no suplantan la Revelación oficial, son incluso cosa buena y provechosa para quienes en ellos creen.

En segundo lugar, ¿a qué se refiere el señor obispo cuando habla de “devociones y pietismo ya felizmente superados”? ¿Tiene algo en contra de la piedad privada? Las visitas al Santísimo, el rosario, la devoción de los Primeros Viernes, la de los Cinco Sábados, la Hora Santa, el Viacrucis, la comunión espiritual, las letanías, los escapularios, etc., ¿le parecen mal? Porque si es así se pone en contra de lo que piensa Roma, que, a través de la Congregación para el Culto Divino, publicó en 2002 un “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia” donde se citan como proemio estas palabras del beato Juan Pablo II:

“La religiosidad popular, que se expresa de formas diversas y diferenciadas, tiene como fuente, cuando es genuina, la fe y debe ser, por lo tanto, apreciada y favorecida. En sus manifestaciones más auténticas, no se contrapone a la centralidad de la Sagrada Liturgia, sino que, favoreciendo la fe del pueblo, que la considera como propia y natural expresión religiosa, predispone a la celebración de los Sagrados misterios”.

Además, es falso y tendencioso decir que quienes queremos el rito romano clásico vivimos de “devociones y pietismo felizmente superados”. Vivimos principalmente de la fe, del santo sacrificio de la misa y de los sacramentos y, sólo en segundo lugar, de las devociones particulares que cada uno tenga a bien tener. Quizás en el pasado se substituyera a menudo la devoción privada a la oración pública de la Iglesia por la desidia de los párrocos en explicar el sentido de las ceremonias del culto al pueblo y por la comodidad de éste en no esforzarse por aprender a tener sentido litúrgico. Pero ello no autoriza a juzgar en bloque a los fieles afectos al usus antiquior, cuya cultura religiosa es, sin duda más ilustrada gracias a los medios con los que se cuenta hoy en día. La misa tradicional suele hoy ser seguida activamente por la mayoría de los que a ella asisten, respondiendo al sacerdote en latín y siguiendo atentamente lo que se desarrolla en el altar. Pocos son actualmente los que rezan otras cosas durante su celebración y aún en este caso, ¿quién es nadie para juzgar sin conocer las circunstancias particulares de cada uno?

Lo del pietismo no se comprende porque que se sepa, los afectos al rito romano clásico no somos protestantes


Imaginemos a un sacerdote que celebra en latín en una capilla rural. “Dominus vobiscum” “Et cum spiritu tuo”. El pueblo sencillo pensará que el sacerdote es preso de locura o, como mínimo, que está maldiciendo. 


No hace falta imaginar la celebración en latín en capillas rurales. Fue una realidad hasta los años sesenta del siglo pasado y, a menos que el sacerdote no se hubiera tomado la molestia de catequizar a sus fieles, éstos no pensaban que estuviera loco o echando maldiciones, sino que seguían por lo común la santa misa con sencilla unción. Las palabras del obispo son ofensivas al pueblo, al que no cree lo suficientemente inteligente como para llegar a comprender el rito de la misa ni capaz de seguirlo. Curiosamente, cuando se dio la práctica proscripción de la misa antigua y se impuso la nueva, fueron precisamente los fieles de zonas rurales los que se quedaron mayormente perplejos.


Recuerdo el tiempo de mi infancia, cuando la misa era en latín. Las señoras piadosas, sin entender nada, rezaba el rosario. No tengo nada en contra del rosario (es más: rezo el rosario todos los días), pero el rosario es un rezo, no una celebración.

Pero eso no era culpa de las señoras piadosas, sino del párroco o sacerdote, que no se tomaba la molestia de explicar las sagradas ceremonias, como, en cambio, había ordenado el concilio de Trento que se hiciera. Así pues, lo malo no era el rito en sí, sino la indolencia de sus ministros en hacerlo comprensible y accesible al pueblo. Ahora bien, rezar el rosario durante la misa, dadas esas circunstancias, no era una solución desacertada, pues el rosario es el Evangelio resumido de la Vida, Pasión, Muerte y Gloria de Jesús, que es precisamente lo que se renueva en el sacrificio del altar.



Sólo falta defender el regreso de las famosas “mantillas” que cubrían las cabezas de las mujeres. Y yo pregunto: ¿por qué no las de los hombres? Sería hasta bonito ver a los hombres con “mantillas de encaje”. Pero difícilmente se encontraría a quienes las quisieran usar. A no ser algunos “cabezas de viento” que andan por ahí pretendiendo enseñar el Padre nuestro al párroco.

El antiquísimo y tradicional uso de las mantillas para cubrirse las mujeres la cabeza en la iglesia no es hoy imperativo, pero tampoco está prohibido, por lo tanto, es libre decisión de cada una. Nadie puede obligar a ninguna mujer a llevar mantilla en la iglesia ni impedírselo sea la celebración que fuere: tanto en rito tradicional como en rito moderno. En cuanto a la peculiar propuesta del obispo referente a que los hombres lleven mantilla, simplemente no es tradición cristiana y, de acuerdo con las reglas de trato social, los hombres deben descubrirse cuando están bajo techo. En cuanto a lo que dice de los “cabezas de viento”, no somos nosotros los que pretendemos saber más que nuestros párrocos; más parece que es dom Paulo Sérgio el que pretende enmendarle la plana al Papa, escribiendo este feroz ataque contra su motu proprio “Summorum Pontificum”.


Pero queda la pregunta: ¿qué hay detrás de todo esto? ¿Sólo nostalgia? Pienso que no. Es más que eso: es un deseo morboso, miedo a lo nuevo, aversión al cambio. Es lo que podríamos llamar —para usar una expresión francesa— “laissez faire, laissez passer”, un “dejar de hacer para ver si funciona”. Se trata de un intento de mantener el “status quo”, aunque ese “status quo” beneficie sólo a una media docena. Y los otros que se condenen.


Aquí el único nostálgico morboso, el que tiene miedo a lo nuevo y el que intenta mantener a toda costa el “status quo” es precisamente el obispo. Dom Paulo Sérgio Machado es un nostálgico de los tiempos postconciliares cuando se apabullaba, se ofendía o simplemente se ignoraba a los fieles que querían seguir rindiendo culto a Dios según el rito romano clásico, arbitrariamente suprimido en la casi totalidad del mundo católico, a pesar de que nunca fue abrogado. Tiene miedo a la nueva situación de “pax litúrgica” instaurada por el papa Benedicto XVI con su motu proprio “Summorum Pontificum”, porque sabe que muchos sacerdotes y fieles (sobre todo jóvenes, que no han  conocido las controversias del pasado reciente), accediendo al rito antiguo y teniendo libertad de elección podrían pasar a él tranquilamente. Y defiende a capa y espada (por lo que se ve en su vehemente requisitoria contra el derecho reconocido por el Papa a los fieles de dar culto a Dios según la liturgia romana antigua) el “status quo” anterior de dictadura litúrgica en el que durante prácticamente cuatro décadas estuvieron cómodamente instalados los obispos mientras los laicos, cuya voz se suponía que debía ser escuchada en la Iglesia del postconcilio, eran hechos callar. Como al obispo de São Carlos no le gusta el motu proprio, esos “ignorantes” que queremos “la misa en latín”, “de espaldas” y “con pesadas casullas romanas”, que nos condenemos, ¿verdad? Eso antes de cumplir la voluntad del Papa netamente expresada en el motu proprio Summorum Pontificum, en la carta a los obispos que lo acompaña y en la instrucción Universae Ecclesiae.


Para estos puritanos el infierno está lleno de gente, cuando en realidad, es el cielo el que está lleno, porque Dios quiere la salvación de todos. Y no sólo la de apenas una minoría moralista que ve el pecado en todo y para quien el diablo es más poderoso que Dios. 


Efectivamente, Dios quiere la salvación de todos, pero no todos se salvan desgraciadamente porque la salvación es un asunto que el Señor ha dejado a la libre elección de los hombres: “Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti”. Dios no condena; se condena el hombre. Infierno y Paraíso son dos lugares destinados a las almas que, en el momento de la muerte deciden su destino eterno. Pero así como podemos con seguridad afirmar la salvación de determinadas personas, no es lícito presumir la condenación de ninguna, porque nadie sabe lo que pasa entre el pecador y Dios en el instante supremo y la misericordia divina es infinita. Si hay gente obsesionada con el infierno y que manda a él alegremente a los prójimos, ciertamente no es porque a ello le induzca el rito romano clásico: justamente es todo lo contrario. Siempre se han encargado misas a los sacerdotes por los vivos y los difuntos, es decir, en última instancia por la salvación de las almas. Cuando el usus antiquior era todavía universalmente vigente muchos eran los encargos y fundaciones de misas por parte de particulares; con el Novus Ordo, en cambio, la gente ya no es tan generosa, en parte porque ya no se insiste en el valor propiciatorio del santo sacrificio y también porque el número de misas celebradas ha disminuido mucho, lo cual es un dato objetivo.

En cuanto a lo de que la salvación está reservada a “una minoría moralista que ve el pecado en todo y para quien el diablo es más poderoso que Dios”, se trata nuevamente de una apreciación subjetiva y gratuita del señor obispo. ¿De dónde saca semejante conclusión? Con pocos católicos afectos a la liturgia antigua debe haber tratado personalmente –si es que con alguno– porque la visión de un mundo en que todo es inexorablemente pecado y en que el demonio es más fuerte que Dios (luego Dios no sería Dios, sino el demonio) no es sencillamente católica. El pecado y el mal existen ciertamente en el mundo, pero también existe el bien y existe la gracia, que vence al pecado y trasciende el mal. El puritanismo moralista y maniqueo no ha sido nunca católico, sino calvinista.


“Rasgad vuestro corazón y no vuestras vestiduras”, dice el profeta. Gente que se preocupa por lavar las copas, las tazas, y no a las mentes y los corazones. Es la vieja posición de los fariseos —que todavía hoy son muchos— que criticaban a Jesús por sanar en Sábado. Recuerdo la historia de una persona que, al oír la noticia de que "Juan había asesinado a Pedro el Viernes Santo", dijo: “¿por qué no dejó para matarlo el sábado?” Para esta persona el día era lo más importante.
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Llamar “fariseos” a los católicos que simplemente queremos poder dar culto a Dios en paz según un rito legítimamente reconocido por la Iglesia es no sólo una temeridad, sino una falta total de justicia y caridad, especialmente grave viniendo de un obispo. ¿Qué razones tiene para juzgar de nuestra intención y declararnos sin más hipócritas? ¿Cómo sabe si nuestra devoción está de acuerdo o no con nuestra conducta?

Cabe preguntarse si no es más bien al contrario. ¿No hace él como los escribas y los fariseos y como los príncipes de los sacerdotes, que eran los que imponían cargas a los demás y exigían obediencia ciega? Esa misma obediencia que nos han impuesto con prepotencia desde la Jerarquía durante cuatro décadas, negándonos nuestro derecho. Recuerde, además, Dom Paulo Sérgio Machado a la hora de hacer símiles, que en tiempos de Jesucristo los escribas, los fariseos y los príncipes de los sacerdotes eran el poder religioso establecido y Jesús, sus apóstoles y seguidores, la minoría inconformista. Hoy, ¿quién está de qué lado? Los obispos son los que tienen el poder y los “inconformistas” somos nosotros, pues nuestra adhesión al usus antiquior parece ser contraria al establishment oficial. Pero nos cuidaremos bien, a diferencia de lo que hace Dom Paulo Sérgio, de llamarlo a él y a los obispos que como él se comportan “raza de víboras”.


Termino citando a dos pensamientos que  hacen pensar: “El pasado es una lección para meditar, no para repetir” (Mário de Andrade, autor de Macunaíma), “Toma del altar del pasado el fuego, no las cenizas” (Jean Jures,  líder socialista francés).

Ciertamente, el “pasado es una lección para meditarse, no para reproducirse”. Estamos completamente de acuerdo. No queremos en absoluto ninguna vuelta al pasado, sino vivir nuestra liturgia de siempre en el presente y en el espíritu actual impreso por el papa Benedicto XVI. No queremos volver a un pasado en el que la liturgia era en muchas ocasiones una cosa rutinaria. No queremos volver a un pasado en el que no se explicaba a los fieles el significado de las sagradas ceremonias. No queremos volver a un pasado en el que no se cuidaba el ars celebrandi y el valor de belleza en la liturgia. Tampoco, por supuesto, queremos volver al pasado de proscripción y de penalidades que tuvimos que sufrir por el solo hecho de querer conservar un rito venerable y perfectamente legítimo. Ni al pasado de abusos litúrgicos sin cuento, de escándalos y profanaciones a vista y paciencia de los que, por el contrario, tenían el deber de vigilar para que no se dieran aquéllos. Ni al pasado de la “autodemolición” de la Iglesia, denunciada por el papa Pablo VI y que el propio cardenal Virgilio Noè refirió especialmente a la aplicación de la reforma litúrgica postconciliar (de la que fue uno de los fautores). Lecciones son, por otra parte, que han de meditarse para que no se repitan los mismos errores ni las mismas injustas situaciones.

También concordamos con la cita de Jaurès: “Toma del altar del pasado el fuego, no las cenizas”. Ahora no sirve de nada maldecir lo que estuvo mal y lo que ya no tiene remedio, ni las persecuciones, ni las humillaciones, ni los malos ratos, ni los disgustos, ni los sufrimientos sobrellevados durante cuarenta años. Ya no son sino cenizas y ofrecidos están a Dios como penitencia por nuestras dejaciones e indolencias. Lo verdaderamente importante es tomar el fuego vivo que ha rescatado el Santo Padre de los rescoldos del pasado para encender los corazones en el celo de la casa de Dios que los consuma y hacer de la santa liturgia el lugar privilegiado de nuestro encuentro con Jesucristo en su Iglesia, tanto en la forma ordinaria como en la extraordinaria, que, por mucho que le pese al obispo de São Carlos, son ambas dos expresiones legítimas de la misma “lex orandi”.


O Retorno à Idade Média

Por Dom Paulo Sérgio Machado, bispo de São Carlos, SP – 31 de março de 2012

Não consigo entender como, em pleno século XXI, existam pessoas que querem a volta da Missa em latim, com o padre celebrando “de costas para o povo”, usando os pesados paramentos “romanos”.

Estamos celebrando, neste ano, os cinqüenta anos da abertura do Concílio Vaticano II, quando já sentimos a necessidade da realização de um Vaticano III e encontramos gente que quer retornar ao passado. E, o que é mais  preocupante, são pessoas que freqüentaram a universidade, que entraram na universidade, mas a universidade não entrou neles. Penso que é hora de os nossos cientistas inventarem um aparelho para “abrir cabeças”. O “desconfiômetro” já está ultrapassado, mesmo porque estas pessoas não desconfiam que estão “fora de linha”, “fora de época”. Querem, a todo custo, a volta ao passado. Vivem de milagres e aparições, de devoções e pieguismo já, felizmente, ultrapassados.

Imaginemos um padre celebrando em latim numa capelinha rural. “Dominus vobiscum”. “Et cum spiritu tuo”.O nosso povo simples vai pensar que o padre está maluco ou, pelo menos, que o está xingando. Lembro-me de meu tempo de criança, quando a missa era em latim. As senhoras piedosas, não entendendo nada, rezavam o terço. Não tenho nada contra o terço -aliás eu rezo o rosário todos os dias- mas terço é reza, não é celebração.

Só falta defenderem a volta às famosas “mantilhas” que cobriam as cabeças das mulheres. E eu pergunto: por que não a dos homens? Seria até bonito ver os homens de “mantilhas rendadas”. Difícil seria encontrar quem as quisesse usar. A não ser alguns “cabeças de vento” que andam por aí querendo ensinar o pai posso ao vigário.

Mas, persiste a pergunta, o que está por detrás disso? Um saudosismo? Penso que não. É mais do que isso: é um desejo mórbido, um medo do novo. Uma aversão à mudança. É o que poderíamos chamar de -para usar uma expressão francesa – um “laissez faire, laissez passer”, um “deixa estar para ver como é que fica”. É uma tentativa de manter o “status quo”, mesmo que esse “status quo” beneficie a uma meia dúzia. E os outros é que se danem.

Para esses puritanos o inferno está cheio de gente; quando na verdade, cheio está o céu, porque Deus quer salvação de todos. E não apenas de uma minoria moralista que vê pecado em tudo e para quem o capeta é mais poderoso do que Deus. “Rasgai os vossos corações e não as vossas vestes”, diz o profeta. Gente que se preocupa em lavar os copos, as taças, e não as mentes e os corações. É a velha posição dos fariseus – que ainda hoje são muitos - que criticavam Jesus por curar no dia de sábado. Lembro-me da história de uma pessoa que, ouvindo a notícia de que o João havia assassinado Pedro na sexta feira santa, disse: “por que ele não deixou para matar no sábado?“ Para esta pessoa o dia era o mais importante.

Termino citando dois pensamentos que fazem pensar: “O passado é uma lição para se meditar, não para se reproduzir” (Mário de Andrade — autor de Macunaíma); “Leve do altar do passado o fogo, não as cinzas” (Jean Jures — líder socialista francês).

Nosso agradecimento ao leitor Dionisio Lisbôa pela indicação.

lunes, 9 de abril de 2012

¡FELIZ PASCUA FLORIDA!



Vere dignum et justum est, aequum et salutáre: Te quidem, Dómine, omni témpore, sed in hoc potíssimum die gloriósius praedicáre, cum Pascha nostrum immolátus est Christus. Ipse enim verus est Agnus, qui ábstulit peccáta mundi. Qui mortem nostram moriéndo destrúxit, et vitam resurgéndo reparávit. Et ídeo cum Angelis et Archángelis, cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia caeléstis exércitus, hymnum glóriae tuae cánimus, sine fine dicéntes:

Sanctus, Sanctus, Sanctus, Dóminus Deus Sábaoth. Pleni sunt caeli et terra glória tua. Hosánna in excélsis! Benedíctus, qui venit in nómine Dómini. Hosánna in excélsis!